Resulta sintomático escuchar a tantos padres que buscan colegios decir que quieren que sus hijos disfruten de la vida escolar, que sientan placer por aprender. Muchos de ellos han experimentado una frustrante vida escolar de la que excepcionalmente salvan a algún profesor o curso interesante, los amigos y la hora del recreo. También son padres que por su propia experiencia profesional actual, mirando la escuela, sienten que si no hay un clima positivo en el aula y si los retos no son interesantes, el aprendizaje resultante (si alguno hay) termina siendo muy mecánico, pobre y efímero.
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